El lachnolaimus maximus, más conocido como pez perro, es originario del Atlántico occidental y tiene la capacidad de cambiar de color en segundos para camuflarse y protegerse de los depredadores. Esta característica la notó la bióloga Lori Schweikert durante un viaje de pesca en los Cayos de Florida, en Estados Unidos.

Interesada en ese fenómeno, Schweikert decidió investigar la fisiología de la “visión de la piel” hasta publicar junto con el biólogo Sönke Johnsen, un estudio que muestra que el lachnolaimus maximus porta un gen para una proteína sensible a la luz llamada opsina que se activa en su piel y que es diferente a los genes de opsina que se encuentran en sus ojos.

Según el artículo publicado en la revista especializada Nature Communications, Schweikert, Johnsen y sus colegas señalaron que para estudiar el mimetismo de esta especie tomaron trozos de piel de diferentes partes del cuerpo del pez y los analizaron con un microscopio.




De esta manera, notaron que la piel de un pez perro parece una pintura puntillista. Cada punto de color es una célula llamada cromatóforo que contiene gránulos de pigmento que pueden ser rojos, amarillos o negros.

Descubrieron además que la opsina no se encuentra en los cromatóforos como se esperaba, sino directamente debajo de ellos. Por tanto, la luz que penetra en la piel, antes de llegar a la capa fotosensible, debe atravesar los cromatóforos llenos de pigmentos.

 

Los investigadores afirmaron que el trabajo es importante porque podría allanar el camino hacia nuevas técnicas de retroalimentación sensorial para dispositivos como miembros robóticos y automóviles autónomos que deben ajustar su rendimiento sin depender únicamente de la vista o las cámaras. “La retroalimentación sensorial es uno de los trucos que la tecnología todavía está tratando de descubrir”, dijo Johnsen. “Este estudio es una buena disección de un nuevo sistema de retroalimentación sensorial”, agregó.