¿Cómo hará la vicepresidenta argentina y líder del espacio político más importante del gobierno Cristina Kirchner para devolverle la esperanza a un país donde la pobreza no para de crecer? No fue magia decían en otros tiempos. ¿Y ahora?

Chicha era el apodo de Víctor Sebastián Barreto, un niño nacido en 2014 un tormentoso año para la política argentina. Cristina presidía un país donde el mundial de Brasil y la logística de Julio Grondona no pudo darle la anestesia que la victoria deportiva puede con esos grandes líos: fondos buitres acorralando con fallos las arcas flacas y las 745 denuncias de corrupción que el gobierno compilaba en un año preelectoral.

Chicha vivía en un asentamiento precario de Paraná y tenía 7 hermanos. Algunos de esos niños están alojados en instituciones de custodia de la niñez porque su mamá hacía mucho que no podía garantizarles nada a ninguno de ellos. Transitó en la calle como un pequeño salvaje su propia supervivencia. Claro, hasta el domingo pasado.

Nacido bajo la tutela de los planes asistenciales, la asignación universal por hijo entre otros, el pequeño Chicha murió cuando su cabeza crujió aplastada por las ruedas de un camión de basura. El pequeño había llegado a un obsceno “deposito a cielo abierto” colgado de un camión para ver que podía encontrar en él: Comida o algún objeto útil para el uso o la venta.

Chicha (Víctor Sebastián Barreto) no estaba solo allí. Lo acompañaban algunos niños que habitualmente caminan el basural como si fuese un tesoro o el centro comercial del barrio.

Además del nudo en el estómago de médicos, enfermeros, asistentes sociales, pocos lloran estas muertes. Quedan suspendidas en el frío tapiz de un darwinismo que muchos practican en estas cornisas de campañas electorales: la supervivencia del más apto. Ser fuerte, astuto para encumbrar la lomada de la pobreza. Como sea: incluso mintiendo, estafando o robando. Todo es útil.

 

 

Alguna vez Juan Grabois había puesto sobre la mesa la observación sobre la riqueza de los liderazgos políticos. “Me hace ruido el patrimonio de los Kirchner”, dijo en 2021. Aunque tuvo que pedir disculpas se había referido a la gran cantidad de inmuebles obtenidos en la larga historia económica de la familia. La vicepresidenta ostenta una riqueza personal amasada durante los últimos 40 años de su vida que coincide con “solo” recibir honorarios por sus funciones políticas en un país donde los Chicha se multiplican a diario, arriba o debajo de las ruedas de esos camiones de basura.

El ingreso mensual de la vicepresidenta supera los 7 millones de pesos. Su precaria ejemplaridad en este caso es legal. Tanto como el ingreso del 70% de los jubilados argentinos que cobran apenas 40 mil pesos mensuales. ¿Necesita un millonario (que amasó su fortuna con las posiciones privilegiadas que le entregan las alturas del poder) seguir amasando con fondos del estado mayores fortunas?. Para Grabois (dixit 2021) “El patrimonio de los líderes me hace ruido pero a las bases no. La regeneración de la política implica no un voto de pobreza pero si de simplicidad. No está mal tener una casa importante pero no me gustan los políticos millonarios. Los usos y costumbres de la burguesía argentina. Esas propiedades ociosas debían ponerse al servicio de la necesidad”.

La ejemplaridad política es nula. Haz lo que digo pero no lo que hago. La mesa chica de los líderes camina sin que sus pies toquen el suelo. A centímetros de los pisos de barro. Pocos pueden mostrar lo contrario.

Cristina salió a la cancha en la semana donde un niño muere aplastado por un camión de residuos mientras buscaba alimento entre esa montaña de basura. El gobernador de Entre Ríos, Gustavo Bordet, aplica sus políticas desde 2015. Antes de esa gestión estaba Sergio Urribarri, también un gran constructor de los deseos de Cristina. No pueden ver detener la escalada de niños nacidos bajo la miseria más espantosa. Hombre y mujeres millonarios gobernando a niños pobres.

 

 

 

En el acto “peronista” (por el día de la militancia) en la Plata fue crítica con una coyuntura que la tiene como protagonista. Cristina es la líder de mayor envergadura de los últimos 20 años (incluso superando a su compañero Néstor Kirchner). Su vitalidad no tiene techo. Puso un presidente a dedo y lo bajo con la uña de la otra mano. Llena un estadio que clama por su liderazgo y está convencida de ser “en su medida y armoniosamente” la que encabece esa emotiva reverencia que la “militancia” le entrega: “Cristina corazón, acá están los pibes para la revolución”.

El tiempo le suma la anestesia cómplice de las crónicas Gran Hermanescas de la tele y por supuesto el Mundial. Si la pelota deambula en el césped y entra al arco contrario abundará la alegría: porque los días más felices ”siempre fueron peronistas”.

Pero habrá denuncias cruzadas, una pelea interna voraz, Alberto Fernández caído intenta jugar un ajedrez peligroso. Esta fuera pero aun con una lapicera con algo de tinta que incluso puede firmar una extensa licencia por enfermedad o su propia renuncia y que sea Ella sea la que comande las llamas de la crisis.

La oposición al Gobierno es Cristina. Una dramática comedia de enredos donde está clarísimo que no causa gracia ni tristeza ni bronca ni nada. Tanto tiempo nos sacaron muelas sin anestesia que el umbral del dolor es alto.

Sin dolor. En el país donde la historia del niño aplastado en un basural por buscar comida quedará en el olvido en pocos segundos más. Pero Ella no. Nunca.