Los dichos del diputado paraguayo del partido del centro “Hagamos Paraguay” Rubén Rubín, de 25 años, sonaron fuerte en Argentina. Primero, porque ha dicho “Yo sí iría a la guerra por mi país”. Y a la guerra se va generalmente con algún vecino. Aunque lo más alarmante, fue su propuesta de contar con “misiles que alcance a zonas claves de la región”. Lo preocupante es que estos dichos se dijeron en el contexto de discusión del cobro del peaje de Argentina en la Hidrovía Paraná-Paraguay.
América del Sur es una zona de paz y democracia. ¿Tenemos realmente conciencia del capital que ambos atributos representan? Esto significa que este lugar del mundo ha excluido el desarrollo y la utilización de armas nucleares de sus políticas de Estado. Y donde no hay armas, es muy difícil que haya guerra. Además, con todas las imperfecciones que existen en nuestras sociedades, la democracia viene prevaleciendo desde hace décadas. Es, ella sin dudas, la que continúa sosteniendo esta concordia y la que le provee estabilidad a nuestros países.
El proceso de lograr una paz más madura en la región, comenzó luego de la finalización de la segunda guerra mundial, con el aumento de la rivalidad entre Estados Unidos y la URSS. Surgió entonces el temor de que otros países pudieran tener el control de la bomba atómica. Y que se comience a dar, una proliferación nuclear mundial, que lleve a más naciones a buscar obtener el dominio armamentístico. Por eso, en el marco de la ONU se creó en 1957 el Organismo Internacional de Energía Atómica y en 1968, se estableció el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.
A sus tiempos, la región va acompañando este proceso y en 1967, después de la crisis de los misiles en Cuba, que amenazó con que la tercera guerra mundial se iniciara en el continente, se acordó el Tratado de Tlatelolco. Este prohíbe el desarrollo, adquisición, ensayo y emplazamiento de armas nucleares en América Latina y el Caribe. Se buscaba asegurar además que, ni Estados Unidos, ni la Unión Soviética encuentren a América Latina como un posible escenario de lucha.
Con gobiernos totalitarios, Argentina y Brasil se resistieron bastante, tanto al Tratado de No Proliferación, como a Tlatelolco. Sus gobernantes consideraban que estos acuerdos afectaban su soberanía nuclear. Esto se debe además, a que eran los únicos de la región, que contaban con condiciones para realizar desarrollos nucleares. De este modo comenzaron a invertir en programas nucleares de tecnología de uso doble, que podrían servir para fines civiles o militares. Y así, fueron acomodando el discurso de acuerdo a las necesidades y/o circunstancias.
Todo cambia en la década del noventa, con democracias que comenzaban a consolidarse poco a poco. Es en este decenio cuando, Brasil y Argentina, renuncian a su derecho a las explosiones nucleares pacíficas y a sus programas de desarrollo de misiles balísticos. Proyectos que, combinados con sus programas de desarrollo nuclear, generaban preocupaciones en la comunidad internacional.
En 1994 Argentina ratifica finalmente Tlatelolco. Posteriormente, ambos adhieren al Tratado de No Proliferación Nuclear. Argentina lo hace en 1995 y Brasil en 1998. Y en 1998 ambos se unen al Tratado sobre la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares.
Estos acuerdos impulsados conjuntamente entre 1985 y 1991 por los gobiernos democráticos de ambos países concluyen, con la creación Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares. De esta manera, creció la confianza recíproca genuinamente y aportó una estabilidad inédita a la región. A lo que se le suma la creación del Mercosur, como unión aduanera, y se comenzaron a reforzar aún más los lazos. No solamente entre los dos grandes del sur, sino atrayendo a este clima de estabilidad y confianza mutua, a otros países vecinos como Paraguay y Uruguay.
Desde hace más de tres décadas, la región transita este sumun de confianza e integración. Es entonces cuando Paraguay, crispa discursivamente el ambiente, en relación al curso hídrico de mayor relevancia del Mercosur. El flamante presidente Santiago Peña llevó a la 78º Asamblea General de la ONU las tensiones con Argentina. Y anunció recientemente que acudirá al Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur para resolver la controversia. Por lo visto, no quiere sentarse nuevamente a hablar .
El embajador argentino en Asunción, Domingo Peppo ha expresado que es muy dura la posición del gobierno de Paraguay y que ésta “ no ayuda a buscar una salida desde el diálogo y la diplomacia”. Además, detalló que Argentina “no tomó represalias como sí lo hizo Paraguay: tomó dos medidas muy fuertes con el tema energía y su posición con organismos internacionales”. A esto se le agrega, que el país vecino “quiere ir directamente al arbitraje, sin discusiones previas”. Y consideró, que a diferencia de Paraguay, “Argentina está siendo muy cauta”.
El crecimiento de las sociedades ocurre en momentos de paz. La guerra solo destruye. Ucrania, nos está mostrando la enorme crisis humanitaria, energética, económica, social y cultural que le está dejando el conflicto bélico. Es la paz la que genera prosperidad.
El aprovechamiento de este recurso natural navegable, y la oportunidad que la Hidrovía Paraná-Paraguay brinda para el desarrollo productivo regional y el comercio exterior, son infinitas. Por eso, la mera insinuación de la palabra “guerra” no debe aparecer en el discurso de ningún funcionario público, de ninguno de los países de América del Sur. Ni siquiera por asomo.