Benjamín Solari Parravicini, bautizado “el Nostradamus argentino” por su amigo Fabio Zerpa, nació el 8 de agosto de 1898 en Buenos Aires, siendo el mayor de ocho hermanos de una familia aristocrática. Pintor y escultor, como artista plástico tuvo considerable éxito y llegó a tener cierto renombre internacional, incluso obteniendo una medalla de oro en una muestra en Bélgica. Este logro llamó la atención del rey Alberto I, quien adquirió una de sus obras. Además, durante algunos años también se desempeñó como director del Museo de Bellas Artes de la Municipalidad de Buenos Aires.
Pero más allá de sus indudables cualidades artísticas, que en su momento le valieron el reconocimiento y las felicitaciones del entonces presidente de la Nación Marcelo T. de Alvear, Parravicini trascendió su tiempo por sus sorprendentes profecías y dibujos premonitorios. Desde chico manifestó tener contacto con seres espirituales y criaturas fantásticas, como ángeles, duendes y hadas, que se comunicaban con él anticipando eventos futuros, como “una guerra que estallaría en el 14”, su primera predicción.
Una noche de 1933 se había acostado a dormir tras una cena con amigos cuando un sobresalto lo sacó de su sueño. Sin control de su cuerpo, se levantó y comenzó a dibujar y escribir frases enigmáticas, guiado por una voz interna que dictaba cada palabra. Una vez terminado el fenómeno y convencido de que había sido poseído por un demonio, se arrodilló a rezar y destruyó los dibujos, abrumado por el terror.
Sin embargo, tiempo después, el evento sucedió nuevamente. Inmerso en una suerte de trance, Parravicini tomó una silla, se sentó a la mesa y comenzó a escribir sin control. Su mano, como si tuviera vida propia, se movía sola, trazando dibujos inescrutables y palabras incomprensibles. No obstante, en esta ocasión, en lugar de destruir las hojas, las guardó cuidadosamente, consciente de que algo extraordinario estaba ocurriendo. Las cosas sucedían tal como estos mensajes indicaban.
Hasta su muerte, el 13 de diciembre de 1974, Parravicini realizó miles de estos dibujos y escritos proféticos denominados psicografías, un término relacionado con el espiritismo y otras creencias paranormales que hace referencia a textos o bocetos supuestamente realizados bajo la influencia de fuerzas desconocidas, sin el control consciente de la persona que los canaliza. Algunos de esos vaticinios son ciertamente vagos e imprecisos, permitiendo su interpretación de múltiples formas según los acontecimientos. Sin embargo, otras predicciones fueron sorprendentemente acertadas, describiendo eventos futuros con una claridad y detalle asombrosos.
Por ejemplo, en 1938, un año antes de que Adolf Hitler y Benito Mussolini, en pleno ascenso político, firmaran el acuerdo militar conocido como Pacto de Acero, Parravicini escribió “Hitler – Mussolini. Con el mismo fin, el mismo fin”, junto a un dibujo de dos figuras humanas atadas entre sí, anticipando de este modo un violento y trágico desenlace, impensado en aquel momento.
Con igual precisión presagió en 1938 los satélites artificiales (“Llega un nuevo sistema de comunicación en el mundo por planetas artificiales”, la televisión o los smartphones (“Visión doméstica. Por pequeña pantalla se verá en domicilio propio los sucesos externos”), la fundación del estado de Israel (“Israel ¡Nueva Tierra! El judío encuentra a Eretz Israel”), el atentado a las torres gemelas (“La libertad de Norte América perderá su luz. Su antorcha no brillará como ayer y el monumento será atacado dos veces”), la conquista del espacio (“Hombres voladores en la era 60-70”) y que la perra Laika sería el primer ser vivo en el llegar a la órbita terrestre (“El can será el primer volador”).
Sin embargo, entre los cientos de psicografías recopiladas en diferentes publicaciones a lo largo de las últimas décadas, recientemente comenzaron a tomar relevancia una serie de dibujos proféticos que no solo anticipaban el surgimiento de la inteligencia artificial y los robots antropomorfos, sino la potencial amenaza que estas tecnologías representan para la especie humana. Especialmente llamativas son las aparentes menciones a novedades tecnológicas recientes, como la inteligencia artificial generativa y su influencia en la creación artística, tal como se puede deducir con la siguiente ilustración.
A medida que la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, los temores de que esta poderosa tecnología pueda tener un impacto directo en el mercado laboral comienzan a trasladarse del plano teórico al mundo de lo concreto. Redactores, ilustradores y artistas del doblaje fueron los primeros empleos en verse afectados de manera directa. Las máquinas y los algoritmos, con sus capacidades en constante expansión, ya están asumiendo roles y responsabilidades que hasta hace muy poco quedaban reservados exclusivamente para los seres humanos. Respecto a esto, las precogniciones parapsicológicas de Parravicini auguran un futuro en el que el hombre es relegado a la inutilidad más denigrante.
Las advertencias psicográficas de Solari Parravicini también hacen mención a tecnologías que en estos últimos años han experimentado una evolución significativa gracias a los progresos en inteligencia artificial, visión computacional y robótica: los androides antropomorfos. Empresas como Boston Dynamics, Tesla, Honda o Agility Robotics -solo por nombrar algunas- ya están desplegando estos robots en entornos laborales reales, donde trabajan en colaboración con los empleados en espacios diseñados para humanos, agarrando y manipulando objetos incansablemente.
Actualmente, las empresas que están liderando la investigación en inteligencia artificial, como OpenAI, Google DeepMind, Meta, IBM y Anthropic, se encuentran en una carrera por ser las primeras en desarrollar una AGI funcional. La AGI, o Inteligencia General Artificial, se refiere a una forma avanzada de inteligencia artificial que no solo puede realizar tareas específicas como los actuales sistemas de IA, sino que también puede entender, aprender y aplicar conocimientos en una amplia variedad de actividades, de manera similar a un ser humano.
Una vez lograda, la AGI tendría la capacidad de razonar, resolver problemas, planificar, aprender de la experiencia y comprender conceptos complejos en múltiples dominios, no solo en áreas limitadas y especializadas. Sobre el riesgo de que esta tecnología se salga de control, los dibujos proféticos de Parravicini también presentaron las debidas advertencias.
Sorprendentemente, las precogniciones de Parravicini también parecen sugerir que en el futuro, las máquinas o modelos de inteligencia artificial serán capaces de experimentar y comprender emociones y sentimientos, algo que actualmente se considera exclusivo de los seres humanos y algunos animales. Otra interpretación podría sugerir que estos sistemas, a través de su capacidad de análisis y procesamiento de datos, podrán llegar a comprender y predecir los sentimientos y emociones humanas de una manera más precisa y profunda.
Si algo caracteriza a estas psicografías aparentemente proféticas, es que no escatiman en advertencias sobre los peligros que podrían surgir de un desarrollo descontrolado de la ciencia y la tecnología. Planteando un escenario inquietante donde el avance tecnológico y científico, en lugar de beneficiar a la humanidad, podría terminar convirtiéndose en una amenaza para nuestra propia existencia.
Los dibujos proféticos de Parravicini podrían interpretarse como un llamado a la cautela y la responsabilidad en el desarrollo de estas poderosas herramientas. Al mismo tiempo, son una invitación a reflexionar sobre el rumbo que estamos tomando como sociedad, y si los beneficios del progreso científico y tecnológico valen realmente la pena si implican poner en riesgo nuestra propia supervivencia. Depende de nosotros que estas escalofriantes advertencias no se conviertan en realidad.