Al igual que la gran mayoría de los influencers, Lil Miquela comparte en su cuenta de Instagram fotos de sus outfits, sus viajes por el mundo y sus salidas con amigos. Su rostro, con ojos enormes y labios generosos enmarcados en un flequillo de cabello lacio oscuro, irradia juventud y simpatía. Con más de 7 millones de seguidores en sus redes sociales, ha logrado construir una sólida comunidad de admiradores que la siguen con entusiasmo en su vida digital, y con quienes interactúa a través de comentarios, reels y stories.
Su éxito online la llevó a desfilar para Prada en la Semana de la Moda en MIlán y participar en una campaña para Calvin Klein junto a la supermodelo Bella Hadid, que resultó polémica al mostrar un beso entre ambas modelos. También lanzó algunos singles en Spotify con relativo impacto y es una ferviente defensora de diversas causas sociales, utilizando su influencia para crear conciencia y recaudar fondos para campañas por la igualdad de género, la justicia racial y los derechos LGBTQ+.
Sin lugar a dudas, Lil Miquela es una joven exitosa. Incluso fue nombrada por la revista Time como una de las “25 personas más influyentes de internet”, junto a Rhianna y el grupo coreano BTS. Sin embargo, a pesar de su apariencia y del estilo de vida que exhibe en las redes sociales, Miquela no es una persona real. Es tan solo un producto del marketing digital, un exponente más de los nuevos humanos sintéticos, donde los límites entre lo real y lo virtual se desdibujan y los avatares hiperrealistas comienzan a ocupar espacios hasta ahora exclusivos para humanos reales.
Lil Miquela es fruto de la creatividad de Trevor McFedries y Sara DeCou, dos emprendedores californianos que fundaron una empresa llamada Brud, dedicada a desarrollar influencers virtuales mediante inteligencia artificial. Miquela es, desde luego, su creación más famosa, pero Trevor y Sara también están detrás de Bermuda y Blawko, sus “hermanos” digitales menos conocidos.
La primera publicación de Miquela en Instagram se remonta a abril de 2016, y durante varios meses se debatió acerca de si era una persona real o no, a pesar de sus evidentes rasgos artificiales. Algunos creyeron que se trataba de una campaña publicitaria de “Los Sims”, mientras que otros consideraron que era un experimento social. Tampoco faltaron quienes especularon que podría ser la modelo británica Emily Bador debido a su marcado parecido. Finalmente, se reveló que se trataba de un personaje totalmente artificial creado exclusivamente para fines comerciales, aunque sus seguidores no le dieron mayor importancia.
El sorprendente éxito de Miquela inspiró al fotógrafo especializado en moda Cameron-James Wilson a crear a Shudu Gram, la primera supermodelo digital. A diferencia de Miquela, Shudu se inspira en la Barbie “Princesa de Sudáfrica” y se asemeja más a una persona real, con una belleza enigmática que parece destinada al mundo del modelaje. Shudu siempre viste prendas de diseñadores destacados, las cuales son reproducidas mediante un software llamado CLO. Este software permite la creación y visualización de atuendos virtuales a partir de la importación de fotos, patrones y telas, generando diseños de vestuario hiperrealista personalizado.
Shudu ha trabajado para publicaciones como Cosmopolitan y Vogue, así como para marcas de renombre como Balmain, Oscar de la Renta y Fenty Beauty. Forma parte de The Diigitals, una agencia de modelos virtuales creada por Wilson que representa una diversidad de estilos, razas y géneros.
Kami, por ejemplo, es una modelo asiática de cabello rosa que ha colaborado con marcas como Nike y Dior. Dagny, por su parte, es una modelo nórdica, rubia y de profundos ojos azules, que ha trabajado con Chanel, Prada y Valentino. También está Galaxia, una modelo de aspecto alienígena con cuernos y piel azul, inspirada en personajes de la ciencia ficción, que ha participado en campañas de Calvin Klein, Gucci y Moschino.
Estos modelos e influencers generados mediante inteligencia artificial presentan una serie de ventajas que los convierten en una opción atractiva para las empresas que buscan promoción y representación. Principalmente, son más económicos, ya que no es necesario pagarles ni negociar con ellos. Además, no se enferman, no se equivocan, no tienen cambios de humor, están siempre disponibles. No cambian de opinión inesperadamente ni se involucran en escándalos que puedan dañar a las marcas que representan. Por otro lado, son extremadamente adaptables y personalizables según las necesidades de las audiencias objetivo, pudiendo cambiar su estilo y apariencia de acuerdo a las preferencias de quienes los contratan.
Al mismo tiempo, estos influencers virtuales presentan algunas desventajas que impiden que reemplacen por completo a los de carne y hueso, comenzando por la credibilidad. Estos humanos sintéticos no tienen una verdadera identidad más allá del conjunto de datos que describen su vida, lo que los hace menos auténticos y convincentes. Esta es tal vez su mayor vulnerabilidad, ya que la falta de experiencias humanas genuinas les impide conectar emocionalmente con sus seguidores, quienes no se ven identificados en ellos.
La industria de los influencers virtuales ha experimentado una explosión de crecimiento en los últimos años, pasando de menos de diez a más de 200 avatares que actualmente llevan vidas ficticias en las redes sociales. Solo Instagram ha otorgado la codiciada verificación azul a unos treinta de ellos, un símbolo de legitimidad que ilustra cómo el metaverso comienza a formar parte de nuestras vidas de manera sutil y progresiva, a menudo sin que lo notemos.
Se trata de un fenómeno emergente que no está definido por completo, y mucho menos comprendido. Más cercano a la experimentación en tiempo real que a las estructuras establecidas de las estrategias de mercado, estos influencers digitales, cada vez más realistas, difuminan las fronteras entre lo artificial y lo concreto buscando adaptarse a las preferencias de la audiencia. Si bien en las fotos estos avatares pueden parecer perfectos, finalmente son las imperfecciones humanas las que hacen que modelos e influencers tradicionales sean verdaderamente auténticos.