El pasado domingo 2 de junio, la Agencia Espacial China aterrizó exitosamente su misión Chang’e 6 en la cuenca Aitken, un inmenso cráter de 2.500 kilómetros de diámetro situado en el polo sur de la cara oculta de la Luna. Se trata de un logro histórico en la exploración espacial, ya que China no solo es hasta ahora el único país en posar suavemente una nave espacial en el lado oscuro de nuestro satélite natural, sino que además lo han hecho dos veces. La anterior fue en 2019, con la misión Chang’e 4, dedicada, entre otros objetivos, a estudiar la geología y topografía de este hemisferio lunar.
Hasta ahora, solo cinco países han logrado “aterrizajes suaves” (“soft landing”, en inglés) en la Luna, es decir, realizar exitosamente una maniobra en la que una nave espacial llega y toca la superficie de un cuerpo celeste de una manera controlada y sin daños: Estados Unidos, la Unión Soviética, China, India y Japón, que se unió a este selecto club recién en enero de este año. Se trata de una verdadera proeza, incluso con la avanzada tecnología actual, por lo que este segundo alunizaje en la cara lejana de la Luna por parte de China destaca aún más sus capacidades como una potencia espacial.
“En los últimos tiempos, China ha destinado enormes recursos a la investigación, exploración y como se dice, conquista espacial”, cuenta el Dr. en Astronomía Roberto Aquilano a Rosario3. “En ese camino llegó a la construcción de la estación espacial Tiangong, al aterrizaje de naves robóticas de exploración en Marte, en la Luna y al envío de diferentes misiones tripuladas a la órbita terrestre. Si China todo esto lo hace con objetivos científicos o militares, es la gran duda, pero prácticamente todos los países que de alguna u otra manera participan en la exploración del espacio reúnen un poco de las dos condiciones”, detalla Aquilano.
Desde la Tierra, siempre vemos la misma cara de la Luna. Esto se debe a un fenómeno conocido como rotación síncrona o acoplamiento de mareas, en el que nuestro satélite natural tarda lo mismo en girar sobre su propio eje que en completar una órbita alrededor de nuestro planeta. Esto significa que la cara que mira hacia la Tierra permanece siempre en la misma posición, mientras que el lado opuesto, conocido como cara oculta o lado oscuro, permanece invisible para nosotros desde la superficie terrestre.
Para Aquilano, “un alunizaje en la cara oculta de la Luna es algo realmente espectacular, porque cuando se entra en la zona del lado opuesto se pierde la comunicación con la Tierra”, explica el astrónomo. “Por lo tanto, lograr un alunizaje en condiciones de este tipo demuestra un desarrollo muy pero muy importante”. Para hacer posible esta hazaña tecnológica, China lanzó en marzo de este año el satélite de retransmisión Queqiao-2, destinado a asegurar el contacto entre la nave Chang’e y los controladores de la misión en Tierra. “Queqiao” significa “Puente de las Urracas” en chino, un nombre poético que alude a su función de enlace.
Chang’e 6 es la primera misión robótica no tripulada diseñada para recolectar muestras de polvo y roca de la cara oculta de la Luna y traerlas de regreso a la Tierra. Luego del soft landing, el módulo de aterrizaje recogió aproximadamente 2 kg de material, incluyendo muestras tanto de la superficie como de hasta 2 metros de profundidad.
Posteriormente, en un logro tecnológico excepcional, el pasado martes la misión completó con éxito una maniobra de acoplamiento en la órbita lunar en la que el módulo de ascenso de Chang’e 6, cargado con las preciadas muestras, se empalmó al módulo orbital, transfiriendo el material recolectado de una nave espacial a otra. Una vez completado el traspaso de la carga, los vehículos se separaron, y el módulo orbital continuará volando alrededor de la Luna durante unos 14 días, a la espera del momento preciso para iniciar su trayectoria de retorno a la Tierra. Una vez en la órbita de nuestro planeta, el módulo Chang’e 6 enviará un recipiente con las muestras lunares con un paracaídas. Si todo continúa según lo planeado, esto sucederá el próximo 25 de junio.
“Será la primera vez que tengamos muestras de ese lugar de la Luna”, se entusiasma el Dr. Aquilano. “Vamos a obtener información muy interesante, porque la sonda Chang’e 6 alunizó en la cuenca Aitken, que es uno de los cráteres de impacto más grandes conocidos en el sistema solar. Es un lugar que se conserva de una forma muy primigenia, sin posteriores derrames de lava sobre la superficie craterizada”, indica el científico.
Hace unos 3 a 4 mil millones de años, la Luna tuvo volcanes que expulsaron grandes cantidades de lava. Esta lava se extendió por la superficie lunar y se enfrió, formando grandes llanuras oscuras llamadas “mares”, que son visibles desde la Tierra como manchas oscuras en la superficie. Por su parte, la cara oculta de la Luna presenta un terreno muy diferente al de la cara visible, con una mayor cantidad de cráteres y una menor presencia de mares lunares.
Esta diferencia en el terreno entre los dos hemisferios es un tema de estudio para los científicos, y entender por qué la lava volcánica cubrió más extensamente un lado que el otro, y cómo la historia de impactos varía entre las dos caras, puede revelar mucho sobre la evolución geológica de la Luna, su relación con la Tierra y los orígenes del sistema solar.
Nuestro satélite natural todavía guarda muchos secretos por ser descubiertos, tanto en su superficie polvorienta como en sus profundidades. “Hace poco más de un año, un equipo de científicos de la NASA hizo un descubrimiento sorprendente en la cara oculta de la Luna, relata el astrónomo. “Identificaron una anomalía térmica, una zona que irradia más calor que su entorno”, detalla.
“Se calcula que podría ser un antiguo volcán extinto que habría hecho erupción hace unos 3.500 millones de años. Tiene alrededor de 50 km de ancho y se cree que es una masa de granito formada al enfriarse un cuerpo de magma. Lo más intrigante es su alta concentración de elementos radioactivos como uranio y torio, y es algo fuera de lo estándar que se puede encontrar en el resto de la Luna”, precisa el Dr. Aquilano. Es un hallazgo inesperado, ya que este tipo de roca es muy común en la Tierra, pero prácticamente inexistente en el resto del sistema solar. Requiere de condiciones muy específicas para su formación, como la presencia de agua líquida y actividad tectónica, y la Luna carece de ambas.
A medida que desentrañamos los enigmas de nuestra vecina cósmica, nos acercamos a comprender no solo sus misterios, sino también los capítulos perdidos de la formación del sistema solar y nuestro propio planeta. Cada grano de polvo y cada roca narran un viaje de descubrimiento que revela un origen y un destino compartido entre la Tierra y nuestro satélite. Mucho más que una compañera silenciosa o un adorno nocturno, la Luna brilla como un faro para la exploración humana, iluminando el camino hacia las estrellas.