En los últimos cincuenta años, la evolución vertiginosa de la industria de los videojuegos transformó unos simples puntos luminosos rebotando en una pantalla monocromática en verdaderos mundos virtuales de una complejidad y belleza asombrosas. Aquellos primeros juegos de mecánicas simples y gráficos rudimentarios, sentaron las bases de lo que se transformaría no solo en una revolución tecnológica y cultural, sino en un gigante económico que sobrepasa en varios miles de millones de dólares a las industrias más tradicionales.
El progreso ha sido tal que ya ni siquiera es indispensable contar con una consola o una computadora de alta gama para disfrutar de una experiencia de juego de calidad. Servicios como GeForce Now y Xbox Cloud Gaming permiten jugar a títulos de última generación directamente desde un navegador web o una aplicación en dispositivos menos potentes, como smartphones, tablets o incluso smart TVs, eliminando la necesidad de contar con hardware especializado.
Por otro lado, la industria de los juegos móviles ha crecido exponencialmente, ofreciendo una enorme variedad de títulos de alta calidad, muchos de ellos gratuitos, optimizados para plataformas móviles. Esta democratización del acceso a los videojuegos no solo aceleró el crecimiento constante de una industria que ya supera en ingresos a la del cine y la música combinadas, también atrae a una audiencia cada vez más amplia, que abarca desde niños a adultos en diferentes géneros y estilos de juegos. No importa si se trata de jugadores casuales que solo buscan pasar el rato y relajarse o hardcore gamers que buscan dominar un juego desbloqueando todos los logros, la industria se ha desarrollado para satisfacer una amplia gama de preferencias y estilos de juego.
Esta diversificación ha llevado a la creación de nichos específicos, desde juegos relajantes hasta complejos juegos de rol multijugador masivos (MMORPG), pasando por simuladores hiperrealistas y juegos educativos que fusionan aprendizaje con entretenimiento. La propagación masiva de los dispositivos móviles ha convertido prácticamente a cualquier persona con un smartphone en un potencial jugador, desdibujando las líneas tradicionales que definían al gamer y expandiendo el alcance cultural y social de los videojuegos a niveles sin precedentes.
La penetración de esta actividad es tan grande que a junio de este año se estimaba que existen aproximadamente 3.300 millones de jugadores activos en todo el mundo, y que en el primer trimestre de 2024 el 83,6% de los usuarios de Internet jugaron videojuegos. Estas impresionantes cifras ponen de relieve la enorme popularidad de esta forma de entretenimiento. El hecho de que más de 4 de cada 5 internautas participen en este tipo de pasatiempo demuestra que los videojuegos se han convertido en un protagonista principal de la cultura contemporánea.
Sin embargo, el furor por el gaming y su expansión trajo consigo una preocupación que crece cada vez más: la adicción a los videojuegos. Esta relación no es de simple causa y efecto, sino que se trata de un fenómeno cuya complejidad refleja tanto el atractivo de los juegos actuales como los desafíos que enfrenta nuestra sociedad digital.
Se estima que en todo el mundo hay entre 3 y 6,5 millones de personas que sufren adicción a los videojuegos
Los desarrolladores, en su búsqueda por captar y mantener la atención de los jugadores, han ido perfeccionando mecanismos de gratificación y engagement que ofrecen una sensación de logro y progreso constante, lo que puede resultar adictivo para algunas personas. La implementación de sistemas de recompensa variables similares a los utilizados en las máquinas tragamonedas, se han integrado en muchos títulos, especialmente en juegos móviles y free-to-play. Estos mecanismos pueden desencadenar la liberación de dopamina en el cerebro, creando un ciclo de refuerzo que puede llevar a patrones de juego compulsivo y difíciles de controlar.
La estructura de estos sistemas es sumamente eficaz para mantener a los jugadores enganchados, como lo documenta el testimonio que el usuario de la red social Reddit, RyukoSenketsuMatoi, publicó en r/BuenosAires bajo el título “Necesito ayuda… Adicto a un juego”: “Cuando era joven había un juego online que me tenía re enviciado, no hacía más que eso… Rechazaba salidas o hacer cosas solo por no perder tiempo en el juego, hasta que cerró hace 7 años. Y hace poco vi que volvió pero en mobile, y lo descargué y empecé a jugar hace un mes. Y me está consumiendo. Me está pasando lo mismo, tanto que descuidé el trabajo, las relaciones, no salgo… No puedo escapar de esto. Mi cabeza sabe que debo cerrarlo, desinstalarlo, pero no puedo”.
A pesar de la insistente curiosidad de los foristas y las preguntas que surgieron en los comentarios, RyukoSenketsuMatoi, en un acto de prudencia, mantuvo en el anonimato el nombre del juego que lo había atrapado tan poderosamente. Aún así, de su breve pero desgarrador relato se desprende una angustia y una intensidad emocional palpables, revelando una intensa lucha interna entre el deseo compulsivo de jugar y la conciencia de los efectos negativos que esto tiene en su vida.
Pero el de RyukoSenketsuMatoi no es un caso aislado. Si bien es difícil una cifra exacta, se estima que en todo el mundo hay entre 3 y 6,5 millones de personas que sufren adicción a los videojuegos. Este número está basado en una prevalencia mundial del trastorno por juego (conocido en inglés como “gaming disorder”) que oscila entre el 1,96% y el 3% de la población.
En 2022, la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó por primera vez a la adicción a los videojuegos como un nuevo desorden mental, prevenible y tratable, dentro de la categoría de “uso de sustancias o comportamientos adictivos”, junto al trastorno por adicción a juegos de azar. De todos modos, no todos quienes dedican largas horas a jugar videojuegos son considerados adictos por la OMS. Para que una persona sea diagnosticada con este trastorno, debe cumplir los siguientes tres criterios durante un período de 12 meses:
-Pérdida de control sobre el juego: El jugador muestra un control deficiente sobre el tiempo que dedica a jugar, la frecuencia con la que juega, la duración de las sesiones y el contexto en el que juega. En esencia, no puede limitar ni ajustar la cantidad de tiempo o el uso del juego, a pesar de los intentos de hacerlo.
-Prioridad del juego sobre otras actividades: El juego se convierte en la actividad predominante en la vida del individuo, desplazando otros intereses, responsabilidades y actividades cotidianas como el estudio, el trabajo, las relaciones sociales, las horas de sueño y el cuidado personal.
-Continuación o escalada del juego a pesar de consecuencias negativas: Aun cuando la persona empieza a experimentar impactos negativos importantes (deterioro en la salud física y mental, problemas en el ámbito social o académico, conflictos familiares), sigue jugando, incapaz de reducir o detener su comportamiento de juego.
“Como en todas las adicciones, sea un juego, apuestas por dinero, o adicción a sustancias, se arranca por curiosidad”, explica a Rosario3 Héctor Albornoz, Dr. en psicología y psicoterapeuta cognitivo, describiendo el proceso de desarrollo de una adicción a los videojuegos en tres etapas: curiosidad, abuso y adicción.
En la etapa inicial, el Dr. Albornoz señala que “un chico o un adulto comienza jugando, por curiosidad, a ver de qué se trata ese juego. Después que ya conoce cómo es, desea superar el desafío“. Esta curiosidad inicial evoluciona hacia un deseo de superación, donde el jugador persiste a pesar de los fracasos: “En esto de intentar superar el desafío se encuentra con que puede avanzar un poco, como no lo conoce le sale mal, arranca de nuevo y así va siguiendo y va avanzando”.
A medida que este comportamiento se intensifica, “comienza una lucha interna para poder ganar ese desafío, no darte por vencido porque no aceptas la frustración, entonces viene el reintento. Una vez más, lo quiero hacer una vez más, y no… Me propongo una vez más, y así se va generando, aunque parezca mentira, una adicción”, describe el psicoterapeuta.
Sobre la progresión de la adicción, Albornoz aclara que “no es que uno prueba, se sacó la curiosidad y ya es adicto a la segunda vez. No, después de la curiosidad y antes de la adicción, hay un periodo que se llama el periodo del abusador, donde se está abusando de algo que sabe que es, o sea, no es por curiosidad, pero no es adicto. Desde el abuso -sea sustancias, sea apuestas, sea videojuegos- cuando se sostiene, se llega a la adicción. Y ahí la voluntad queda abolida totalmente, porque son mecanismos compulsivos”.
Los videojuegos, como cualquier actividad lúdica, pueden entretener, aliviar el estrés, estimular la mente y fomentar la socialización cuando se disfrutan de manera equilibrada. Numerosos estudios han destacado sus beneficios, como la mejora en la coordinación mano-ojo, el aumento de la capacidad de resolución de problemas y el desarrollo de habilidades sociales en juegos multijugador. Incluso muchos títulos diseñados inicialmente para el esparcimiento pueden convertirse en herramientas educativas, fomentando el aprendizaje de ciencias duras, historia, geopolítica, estrategia militar, economía o urbanismo.
Sin embargo, no hay que dejar de reconocer que el potencial positivo de los videojuegos coexiste con el riesgo de abuso y uso problemático. La clave, como siempre, está en el equilibrio, fomentando una cultura de juego consciente y responsable, donde el disfrute de los mundos virtuales no comprometa nuestro bienestar en el mundo real.